Cuando yo era niña, hace muchos años, como hace 65, recuerdo que la escuela era larguísima, o sea era a doble jornada; iniciaba a las 8 de la mañana, teníamos receso a las 12 del medio día, íbamos a almorzar a la casita, regresábamos a la 1 y finalmente terminaba a las 5.
Tantas cosas bonitas en la escuela. A propósito, esta se llamaba “San Diego”, ya no sigue la escuelita, pero sí los recuerdos que me dejó. Jugábamos a la rayuela, a saltar la soga, las macatetas, a las escondidas, “El puente está quebrado, mandémoslo a componer, con la cáscara de huevo, que pase el rey, que ha de pasar, que el hijo del conde, se ha de quedar” esa es una de las canciones que hasta ahora le canto a mis nietos para que guarden esas tradiciones. Cómo me gustaría que todo vuelva a ser como antes.
De las clases no recuerdo mucho, bueno, sí, a mi profesora Betty Jaramillo, era tan buenita, pero luego se fue porque fue mamá y la siguiente maestra no era tan buena gente y por eso mi mamita le tocó ayudarme. Ella apenas y podía leer, aprendió para poder colaborarme con los deberes, le tocó a la pobre a la brava, jajaja. Pero bueno, mi mami se las ideaba para poder hacer conmigo los trabajos manuales, las matemáticas, todo mismo. Ella era muy inteligente, se educó solita y hasta puedo decir que con ella aprendí más que en la escuela. Es que ella tenía sus tácticas jaja, desde darme el latigazo en las canillas, si no ponía atención y luego a premiarme si terminaba rápido y poder jugar con los vecinos del barrio.
En fin, nos organizaban bien nuestros papitos, en esos tiempos ni bien llegábamos de la escuela, nos aseábamos, comíamos, hacíamos los deberes (que no eran muchos la verdad), después de eso nos dejaban salir con los amigos de por ahí, nos volvían a bañar y ya al final nos íbamos tempranito a la cama.
Lo bueno de esos tiempos era que nos mantenían la mente ocupada, pero en cosas sanas, yo era muy feliz. Ahora le cuento mis historias a mis nietos, con la esperanza de que dejen la tecnología, un ratito al menos, se desconecten y vivan estas experiencias mías, como si fueran suyas, esperando que se pasen de generación en generación y no se pierdan.
Con amor Zoila Terán (73 años) desde San Blas, el barrio más bello de la capital.