Si de dulces tradicionales hablamos, uno de los que se merece una estrella Michelín, seguramente es la famosa espumilla. Este delicioso manjar ha pasado de generación en generación sin necesidad de manipular la receta original, pues es tan deliciosa que no es necesario cambiar ninguno de sus ingredientes; elementos simples que han hecho que se considere uno de los postres más aclamados, más aún en la cultura popular quiteña.
Ir a visitar el centro histórico y escuchar, en unísono, ese canto particular de las doñitas: “espumilla, espumilla”, vas atraído, vas corriendo como si se trataran de sirenas buscando a su nueva presa. Amo el centro histórico y su toque pintoresco, y las espumilleras, sin duda, le dan el atractivo dulce, que atrae a propios y extraños.
Es increíble cómo, con solo tres ingredientes -huevos, azúcar y guayaba- puedes crear algo tan apetecido. ¿O soy solo yo? Pero realmente, si voy al centro, es por comerlas, me parecen irresistibles. Bueno, si las quieres hacer más llamativas, las doñitas le ponen toque de color, las hacen de otros sabores y hasta les ponen grageas, igual todas son un lujo.
Me considero una fan lover de las espumillas, se diría espumillanática, no creo que exista esa palabra, pero deberían considerarla. En fin, qué lindo que esas tradiciones perduren año tras año, pues la historia cuenta que este dulce viene desde aproximadamente 1900, que su preparación y consumo se inició en los conventos y de ahí se esparció hasta los comerciantes locales, entonces me da orgullo que esta tradición siga. Seguiré siendo consumidora de espumilla hasta el fin de mis días y así aportaré a que esta costumbre continúe.
Narrado por Lilibeth Cajamarca, la espumillanática de la Capital.