Rosa Lagla pertenece a la cuarta generación de una familia dedicada a la medicina ancestral. Sus bisabuelos fueron pioneros en el oficio y habrían recorrido las calles de la ciudad de Quito haciendo limpias y curaciones, mientras que los abuelos de Rosa habrían gozado de gran fama de curanderos en la Plaza de San Francisco, donde tuvieron su propia “consulta”.
Fueron precisamente los abuelos quienes introdujeron a todos sus nietos en el negocio familiar. En un principio, los niños y niñas salían a ofrecer y vender yerbas medicinales en los laberintos del centro. Posteriormente, ella y sus hermanos comenzaron a ayudar en las curaciones con cuy. Posteriormente Rosa ayudó a su madre en estas curaciones y también las hizo, pero dice que ya no las practica.
Rosa Lagla creció aprendiendo espontáneamente el oficio, descubriendo cualidades mágicas y terapéuticas en todo tipo de yerbas y plantas. No solo tuvo que conocerlas para poder recetarlas a sus clientes, sino también para ir convirtiéndose poco a poco en curandera y usarlas en las llamadas “limpias”, el rito con que sanan o alivian distintos padecimientos corporales y espirituales, como el “mal de aire”, el “mal de ojo”, el “espanto” o el estrés.