Hoy tengo 56 años y debo asegurar que nunca podré olvidar a mis primeros amigos del barrio San Juan. Para mí fue difícil adaptarme, era apenas un niño de 6 años, migramos desde la Tola con mis padres y me consideraba muy tímido. Cuando llegamos, le culpé mucho a mi papá por apartarme de mis amiguitos del barrio; imaginen esos tiempos sin tecnología, no podíamos saber nada, solo guardábamos la esperanza de que nos juntaran más adelante.
En fin, tan pronto llegué, muchos vecinitos salieron a curiosear la llegada del nuevo, yo era el hijo de un maestro de la escuela del barrio, así que para muchos eso era una novedad. Empezaron a invitarme a jugar, de a poco ya se habían convertido en grandes compañeros de aventuras, hasta hoy con algunos, cuando nos vemos, nos pegamos el chiflido para saber que estamos ahí “fi fi fi fiiiiiufiiiii” ya les dejo el silbido de la muchachada, muero de risa al contarles, ya más tarde fuimos creciendo y nos llamaban “los gallinazos”, era un verdadero honor pertenecer a nuestro grupo, era exclusivo, jajaja.
Cada que llegaba un nuevo, le hacíamos pasar la prueba en las canicas y si ganaba era parte del clan. ¡Qué no hacíamos los gallinazos! Desde niños, con las rayuelas y ya entrando a la edad nos hicimos hasta galleros. ¡Qué buenas épocas carajo!
Hasta hoy conservo a un pequeño grupo de amigos, muchos se fueron del barrio, otros del país y pues sí, algunos ya partieron de este mundo. Pero nos quedan los grandes recuerdos, en los que nos creíamos exploradores. Diosito, yo no sé cómo es que no nos matábamos, cada juego era de altísimo riesgo. Recuerdo que había una loma colorada alta, nos subíamos hasta la punta, llevábamos agua y una batea grandota, que nos había heredado la abuela mona, en la que hacía delicias de plátano. En fin, esa batea era el transporte, mojábamos la tierra que se convertía en lodo, nos trepábamos en la batea entre unos tres y salíamos despavoridos, pero gracias al cielo tengo los huesos completos, jajaja. Hacíamos juego de bolos con botellas de vidrio que el papi reciclaba, las rompíamos y las enterrábamos en el patio de la vecina, era viejita no se daba cuenta, que bandidos que éramos.
Tantas historias, que buenos recuerdos, que buenos amigos, qué lindo pasé con los gallinazos, mis primeros amigos del barrio.
Narrado por Ernesto Paucar, desde San Juan.